El Consenso de Washington
El Consenso de Washington surgió en 1989 a fin de
procurar un modelo más estable, abierto y liberalizado para los países de
América Latina. Se trata, sobre todo, de encontrar soluciones al problema de la
deuda externa que atenaza el desarrollo económico de la zona latinoamericana y,
al mismo tiempo, establecer un ambiente de transparencia y estabilidad económica.
Este artículo analiza la trayectoria del Consenso, sus logros, sus fallos y los
futuros retos a los que se enfrenta.
El agotamiento del modelo vigente durante el periodo
1933-1980, conocido como «industrialización mediante la sustitución de
importaciones» (ISI), promulgó las bases para emprender las reformas estructurales
necesarias que permitiesen cambiar el rumbo económico de América Latina. Al
tiempo que se delineaba este giro económico, algo histórico sucedió en la
región entre 1982 y 1990, una quincena de países logró realizar la transición
política desde la dictadura a la democracia, adoptando todos el sistema de «economía
de mercado» como modelo económico Latinoamérica, ante las nuevas realidades,
tras la caída del muro de Berlín y próxima a iniciarse la década de los años noventa,
observó la necesidad de fortalecer las recién instauradas economías de mercado,
herederas de una situación de desestabilización, de excesiva protección y
regulación. Esta búsqueda de un modelo más estable, abierto, liberalizado,
particularmente orientado a los países de América Latina, nace en 1989 en el
llamado «Consenso de Washington», donde se trató de formular un listado de
medidas de política económica para orientar a los gobiernos de países en
desarrollo y a los organismos internacionales (Fondo Monetario Internacional,
Banco Mundial y Banco Interamericano de Desarrollo (FMI, BM y BID)) a la hora
de valorar los avances en materia económica de los primeros al pedir ayuda a
los segundos. El Consenso, se elaboró para encontrar soluciones útiles sobre la
forma de afrontar en la región la crisis de la deuda externa, y establecer un
ambiente de transparencia y estabilidad económica. Seguidamente expondremos, en
primer lugar, el contenido y los objetivos de dicho consenso.
LAS FORMULACIONES DEL CONSENSO DE WASHINGTON
El Consenso de Washington, cuya primera formulación se
debe a John Williamson, se fundamenta en los diez puntos analizados a
continuación.
- Disciplina presupuestaria
La disciplina presupuestaria es un elemento esencial en
los programas negociados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) con los
miembros que desean pedirle préstamos. También tuvo notable importancia en
Washington, lo cual condujo al restablecimiento de un
presupuesto equilibrado mediante la aprobación de la Ley Gramm-Rudman-Hollings
en 1993.
Dicha disciplina está estrechamente relacionada con la
disciplina fiscal dando lugar a múltiples opiniones sobre el tema. Unos opinan
que un déficit es aceptable siempre y cuando no desemboque en un incremento del
ratio Deuda-PNB, otros defienden que un presupuesto equilibrado (o por lo menos
un ratio Deuda-PNB que no aumente) debería ser la norma mínima a medio plazo,
pero que los déficits y excedentes a corto plazo alrededor de esa norma,
deberían ser bien acogidos, ya que contribuyen a la estabilización
macroeconómica.
Sin embargo, y a pesar de las diferencias significativas
en la interpretación de la disciplina presupuestaria en Washington, la mayoría
de los miembros coincidió en que los grandes y persistentes déficits fiscales
constituían una fuente básica de trastornos macroeconómicos en forma de
inflación, desequilibrios en la balanza de pagos y evasión de capitales. No
eran el resultado de ningún cálculo racional de beneficios económicos
esperados, sino de una falta de valor u honestidad política para igualar el
gasto público y los recursos disponibles para financiarlo.
- Cambios en las prioridades del gasto público
Para reducir el déficit presupuestario, Washington optó
por reducir los gastos más que por aumentar la recaudación tributaria. Existen
tres categorías principales de gastos, esto es, las subvenciones, la educación
y la sanidad, y la inversión pública. El objetivo de la reforma política
respecto al gasto público fue tratar de desviar el gasto improductivo de los
subsidios hacia actividades como la sanidad, la educación o las
infraestructuras, para poder combatir más eficazmente la pobreza en beneficio
de los menos favorecidos.
- La reforma fiscal
De acuerdo con lo dicho en el punto anterior, y a pesar
de la existencia de un importante contraste de actitudes por parte de los
miembros del Consenso, la mayor recaudación fue considerada por Washington como
una alternativa inferior para remediar al déficit presupuestario en comparación
con la reducción del gasto público. Sin embargo, la gran mayoría coincidió en
que el método más adecuado para incrementar dicha recaudación tributaria hasta
un nivel mínimo considerado como necesario, consistía en tratar de instaurar
una base imponible íntegra amplia a la vez que se mantenían unos tipos
impositivos marginales moderados (este principio fue la base de la reforma del
impuesto sobre la renta en EE.UU. en 1986).
- Los tipos de interés
Según esta propuesta, los tipos de interés debían seguir
dos principios fundamentales. En primer lugar, tenían que ser determinados por
el mercado de modo a evitar una asignación inadecuada de los recursos. En
segundo lugar, debían ser positivas en términos reales para desincentivar las
evasiones de capitales e incrementar el ahorro. El problema de esta medida
residía en la posible contradicción de estos dos principios en época de crisis,
como por ejemplo la que afectó al conjunto de América Latina a lo largo de gran
parte de los años 80 y a la que ya nos hemos referido anteriormente. La razón
de esta contradicción es que en época de recesión los tipos de interés
determinados por el mercado tienden a ser excesivamente altos.
- El tipo de cambio
En Washington se propuso que los tipos de cambio fueran
determinados por las fuerzas del mercado, sin embargo la opinión dominante era
que, más que debatir sobre la forma de determinar el tipo de cambio, resultaba
más importante tratar de que éste sea competitivo. Por consiguiente, la idea de
liberalización de los flujos de capital internacionales, como objetivo
prioritario para un país importador de capital, es que tendría que retener el
propio ahorro para la inversión nacional, fue poco aceptada.
Por otra parte, las propuestas estaban claramente
orientadas hacia el exterior y hacia la expansión de las exportaciones con el
fin de fomentar la recuperación de América Latina. Por consiguiente, se pensó
que sería preferible lograr alcanzar un tipo de cambio real competitivo en
lugar de aspirar a los llamados «tipos de cambio de equilibrio fundamental».
- Liberalización comercial
Para Washington, otro elemento importante para una
política económica orientada hacia el sector exterior era la liberalización de
las importaciones. El acceso a las importaciones de factores de producción
intermedios a precios competitivos se consideraba importante para la promoción
de las exportaciones, mientras que una política de protección de las industrias
nacionales frente a la competencia extranjera se interpretaba como creadora de
distorsiones costosas que acababan penalizando las exportaciones y
empobreciendo la economía nacional. Se pensaba que lo ideal era una situación
en la que el coste en recursos nacionales para generar o ahorrar una unidad de
divisa fuera igual entre industrias de exportación e importación en
competencia.
Con carácter general, este ideal de libertad comercial
está sujeto a dos requisitos. En primer lugar, la protección sustancial de las
industrias nacientes, aunque ésta deba ser estrictamente temporal, y acompañada
de un arancel general moderado como mecanismo para ofrecer una tendencia hacia
la diversificación de la base industrial sin amenazas de importantes costes. En
segundo lugar, el establecimiento del calendario a seguir. No es de esperar que
una economía muy protegida se deshaga de toda su protección sin un periodo de
transición. Sin embargo, este punto quedó sin una formulación clara debido a la
diferencia de opiniones entre los miembros del consenso: mientras que unos
pensaban que la liberalización de las importaciones debía seguir estrictamente
un calendario predeterminado, otros opinaban que dicha liberalización tenía que
realizarse a un ritmo acorde con el estado de la balanza de pagos del país en
cuestión.
- Política de apertura respecto a la inversión extranjera directa
Como acabamos de exponer, la liberalización de los flujos
financieros extranjeros no fue una prioridad importante en el Consenso de
Washington, aunque una actitud restrictiva, limitadora de la entrada de la
inversión extranjera directa (IED), fuera considerada como una insensatez. Se
pensaba que dicha inversión podía aportar capital, tecnología y experiencia
mediante la producción de bienes necesarios en el mercado nacional o
contribuyendo a nuevas exportaciones. El que se viera reducido en algunos
casos, fue debido a la existencia de un nacionalismo económico, totalmente
desaprobado por Washington, salvo en excepcionales ocasiones.
Por otra parte, se pensaba que la IED podía igualmente
promoverse mediante canjes de obligaciones por acciones, lo cual podía permitir
además reducir la deuda. Esto generó diversas disyuntivas en torno a si había
que subsidiar la IED o si la inversión subvencionada tenía que ser adicional.
Sin embargo, el punto considerado más preocupante por sectores como el FMI,
fueron las consecuencias que hubiera podido implicar un incremento de la
expansión monetaria nacional.
- Política de privatizaciones
La privatización puede ayudar a la reducción de la
presión en el presupuesto del gobierno, tanto a corto plazo, gracias a los
ingresos derivados de la venta de la empresa, como a largo plazo, puesto que el
gobierno ya no tiene que financiar la inversión necesaria. Por otra parte, el
fundamento de la idea de privatización se basa en que la industria privada está
gestionada más eficientemente que las empresas estatales. Esto es debido a que
los directivos tienen un interés personal directo en los beneficios de la
empresa, lo cual les incentiva a alcanzar la mayor eficiencia posible para
maximizar sus beneficios propios. A pesar de que esta creencia fuera durante
mucho tiempo una política de fe en Washington, la privatización solamente se
enfatizó a partir de 1985, tras la proclamación del Plan Baker, es decir,
cuando recibió el impulso oficial norteamericano con el apoyo del FMI y el BM
para fomentar la privatización en el mundo y particularmente en América Latina,
donde, como ya se vio anteriormente, la falta de un fuerte sector privado
autóctono, fomentó el desarrollo de las empresas estatales en detrimento de la
privatización.
- Política desreguladora
La desregulación también se consideró como un modo de
fomentar la competencia, y en particular en América Latina, donde se hallaban
las economías de mercado más reguladas del mundo, pero éstas estaban
principalmente gestionadas por administradores mal pagados y fácilmente
corruptibles. Los principales mecanismos de regulación fueron controlar los
establecimientos de las nuevas compañías y de las inversiones, restringir la
entrada de inversiones extranjeras y los flujos de transferencia de beneficios,
controlar los precios, implantar barreras a la importación, asignar créditos de
modo discriminatorio, instaurar elevados niveles de impuestos sobre la renta de
las empresas, etc.
Es interesante anotar que la actividad productiva estaba regulada de varios modos, mediante la legislación vigente, por medio de decretos del gobierno, o la vía de toma de decisiones sobre casos puntuales. Esta práctica era la más difundida en Latinoamérica, lo cual fomentó oportunidades de corrupción a la vez que discriminaba a las pequeñas y medianas empresas, importantes generadoras de empleo y de estabilidad social.
Es interesante anotar que la actividad productiva estaba regulada de varios modos, mediante la legislación vigente, por medio de decretos del gobierno, o la vía de toma de decisiones sobre casos puntuales. Esta práctica era la más difundida en Latinoamérica, lo cual fomentó oportunidades de corrupción a la vez que discriminaba a las pequeñas y medianas empresas, importantes generadoras de empleo y de estabilidad social.
- Derechos de propiedad
A finales de la década de los 80, en América Latina, los
derechos de propiedad eran muy inseguros, lo cual contrastaba con el que
estuvieran tan firmemente implantados en Estados Unidos; por ello, Washington
optó por implantar unos derechos firmemente establecidos y garantizados.
Múltiples autores optaron por sintetizar estas medidas,
es el caso de Stanley Fisher, que resumió las propuestas del consenso de
Washington en los cuatro puntos fundamentales siguientes:
- En primer lugar, Fisher observó que dichas propuestas se centraban en que no sólo se debía enfatizar la política fiscal, sino que los tipos de cambio también tenían que ser considerados como un elemento competitivo crucial, en otras palabras, notó que uno de los principales fines del consenso era alcanzar un marco económico equilibrado y estable.
- Por otra parte, las líneas generales argumentadas por Williamson indicaban que se propugnaba un sector público eficiente y un gobierno de menor tamaño, esto es, una reforma fiscal acompañada de revisiones del gasto público
- El tercer tema en el que Fisher resumió las propuestas del consenso es el establecimiento de un sector privado eficiente y en expansión. Esto implica una creciente competencia dentro del país, es decir, una orientación hacia el exterior tanto en materia de importaciones como de exportaciones.
- Finalmente, el cuarto punto enunciado por Fisher consiste en la puesta en práctica de políticas de lucha contra la pobreza. Éstas ya estaban adquiriendo una creciente importancia gracias a varios programas médicos y educativos, así como a los subsidios alimenticios dirigidos a grupos específicos, y que ayudaron a la reducción del número de pobres en los países beneficiarios de dichas acciones.
En definitiva, consideramos el Consenso de Washington
como el resultado de una profunda evolución de las ideas, que reflejó la
vigencia progresivamente generalizada de una filosofía basada en los principios
fundamentales de democracia y libertad, «dando predominio a los derechos
individuales frente a los colectivos». Adviértase que las políticas de reforma
propuestas fueron aplicadas en toda América Latina en ocasiones minuciosamente,
en otras parcialmente, y voluntariamente en otros países en desarrollo; sin
embargo se constata, iniciado el nuevo siglo XXI, que los resultados
generalmente obtenidos han sido más bien desalentadores.
Consecuencias positivas
Durante los años noventa, la dirigencia tecnócrata y
política de América Latina aplicó con decisión el paquete de reformas
económicas del Consenso de Washington. Los cambios de política en la región
recibieron un vigoroso respaldo de las instituciones financieras
internacionales, y se reforzaron con créditos «vinculados a las reformas» y
condicionados a su aplicación, lo cual alimentó la esperanza de los líderes, de
hacer retomar el capital y la inversión extranjera a la región después de los
desastrosos años ochenta.
Los logros más inmediatos, se obtuvieron aplicando la
prudencia monetaria, que redujo la inflación a un solo dígito prácticamente en
todos los países. La disciplina fiscal disminuyó el promedio del déficit
presupuestario del 5 por 100 del PIB al 2 por 100 aproximadamente, y redujo la
deuda externa pública del 50 por 100 del PIB a menos del 20 por 100. La
apertura comercial hizo descender el promedio de aranceles desde más de 40 por
100 a casi 10 por 100.
La liberalización financiera se produjo de un modo igualmente
agresivo; se descartó el control directo de créditos, se desregularon las tasas
de interés, se iniciaron regímenes de inversión extranjera directa y se
suprimieron los controles de cambios y de cuentas de capital. Bancos, empresas
eléctricas, de petróleo, de telecomunicaciones, las redes viales así como los
servicios de agua y gas se vendieron al sector privado. En la región, fueron más
de 1000 empresas estatales las privatizadas entre 1988 y 2000.
Como se ha indicado, la aplicación de tales medidas varió
de un país a otro, pero en términos generales, la índole y la intensidad de las
reformas en América Latina en los años noventa superaron todo lo conocido hasta
entonces. De ello resultó un incremento del flujo de capitales hacia el
continente, 14 mil millones de dólares en 1990, frente a 86 mil millones de
dólares durante 1997, para caer hasta 47 mil millones de dólares en 1999, como secuela
de la crisis financiera asiática.
Otra de sus consecuencias positivas fue la expansión de
los volúmenes de las exportaciones en casi todos los países.
Consecuencias negativas
Sin embargo, la cara adversa fueron los resultados
desalentadores en términos de crecimiento económico, reducción de la pobreza,
redistribución del ingreso y condiciones sociales. En los años noventa, el
aumento real del PIB en la región fue escaso; 1 por 100 anual durante toda la
década, esto es, un porcentaje ligeramente superior a las alarmantes cifras registradas
en los años ochenta, pero muy por debajo de las tasas del 5 por 100, o más, que
se alcanzaron en los años 1960 y 1970. Concretamente, el desempleo aumentó, y
la pobreza siguió siendo amplia y generalizada.
América Latina ingresó en el tercer milenio con más de
450 millones de personas, y más de un tercio de su población viviendo en la
pobreza (con ingresos inferiores a los 2 dólares diarios) y casi 80 millones de
personas padeciendo pobreza extrema, con ingresos inferiores a 1 dólar diario.
Los fallos del Consenso de Washington
LOS FALLOS DEL CONSENSO DE WASHINGTON
Así pues, los años 90 en América Latina pusieron en
evidencia las importantes deficiencias del Consenso de Washington. El mismo
Williamson, tras los resultados desalentadores de la aplicación de las medidas
expuestas en su artículo, enumeró una amplia lista de temas excluidos,
la mayoría especialmente referidos al tema de la equidad. «Excluí
deliberadamente de la lista aquello que pudiera ser, ante todo redistributivo,
porque sentí que en el Washington de los 80 había un desprecio por
preocupaciones sobre equidad».
La primera de las carencias concierne claramente el tema
de la equidad como objetivo, buscado a través de la distribución de la renta.
Esto no fue parte del Consenso de Washington en contraposición con la lucha
contra la pobreza que sí lo fue, gracias al establecimiento de prioridades del
gasto público, dirigidas en gran parte a sectores como la educación, la sanidad
y a otros de gran interés para las capas más bajas de la sociedad.
Otra de las omisiones más relevantes del consenso, ha
sido la falta de una referencia directa a la estabilidad de los precios
(elemento sin embargo de máxima importancia en el Tratado de Maastricht). Sería
limitar mucho su alcance si viéramos este consenso solamente como la vía de
escape a la realidad económica desarrollada a partir de los años sesenta.
Vocacionalmente, persigue una aspiración mucho más profunda consistente en
constituirse como un elemento de estabilidad en un mundo cada vez más azotado por
las crisis sistémicas.
Se excluyeron igualmente otros temas como el crecimiento o el medio ambiente, a la vez que el carácter de las propuestas era más bien liberalizador o anti-estatalista, además de hacer escasas referencias a la necesaria tarea gubernamental de luchar para mantener condiciones auténticas de competencia en los mercados.
Se excluyeron igualmente otros temas como el crecimiento o el medio ambiente, a la vez que el carácter de las propuestas era más bien liberalizador o anti-estatalista, además de hacer escasas referencias a la necesaria tarea gubernamental de luchar para mantener condiciones auténticas de competencia en los mercados.
Por otra parte, existe una gran variedad de opiniones
acerca de cuáles han sido los verdaderos fallos de las medidas adoptadas. Hay
quienes sostienen que éstas se han debido a que los diez instrumentos del
Consenso no han sido aplicados sistemáticamente, y que verdaderamente se
necesitaba y necesita más de lo mismo. Otros hacen hincapié en la combinación y
el cronograma de implementación de las propuestas, llegando a posiciones
irreconciliables acerca de cómo proceder. Algunos insisten, en que los
problemas fundamentales vienen principalmente desde fuera, y que han minado el
progreso de la región a través de lo que hoy se denomina la globalización.
Incluso se ha llegado a postular que la alta desigualdad
del ingreso en América Latina es debida, de modo especial, a la riqueza en
recursos naturales, esto es, a una especie de «fatalismo ambiental», donde la
inequidad se correspondería con la latitud, de modo que bajo una mayor riqueza
ecológica, el deterioro de las opciones de desarrollo sería más importante.
Sin embargo, participo de la idea asociada al nacimiento
de un nuevo y primordial objetivo: «mirar más allá del Consenso», hacia un
nuevo paradigma que abarque explícitamente objetivos como la equidad y la
reducción de la pobreza; no como fines en sí mismos, sino como mecanismos
eficaces para promover el progreso y el crecimiento sostenido. Así, las
reformas de la década de los 90 no fueron la causa de las desilusiones
experimentadas en América Latina, si bien, lo que sí hicieron, fue apuntar
hacia una insuficiencia fundamental en el Consenso de Washington o, según la
expresión de Ricardo Ffrench Davis, hacia una imperativa necesidad de «Reformar
las Reformas» de primera generación mediante una segunda generación de
reformas.
Éstas deben permitir hacer frente al continuo bombardeo
de las economías latinoamericanas por las nuevas exigencias de productividad y
de competencia, así como a las imperfecciones del sistema internacional,
apoyándose básicamente en la capacitación y en las inversiones en el área
tecnológica. Como señala Enrique V. Iglesias, la «Nueva Economía» que se está
diseñando muestra importantes desigualdades en la distribución del ingreso, por
el hecho de que solamente aquellos dotados de mayor educación pueden acceder a
las nuevas oportunidades, generadas en mayor medida por las innovaciones
tecnológicas, de modo que el primer gran paso que ha de darse, tal y como lo
demuestran las actuaciones del BID, consiste en fomentar programas en educación
y mejora social.
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